domingo, 16 de mayo de 2021

Altamira

ALTAMIRA

Una cosa era dibujar un caballo o la cabeza de un ciervo, aprovechando el relieve de una roca, y otra muy distinta llenar de bisontes la bóveda de aquella cavidad. Deslomado estaba, y medio aturdido del pestazo a humedad y moho. Todos alababan lo bien que le había quedado y no paraban de llegarle pedidos.

—Mañana pásate por mi cueva y me haces presupuesto —le decían.

Aunque lo que realmente le habría gustado no era pintarlos, sino cocinarlos. Con el descubrimiento del fuego, pasó de comer carne y pescado crudos a embriagarse del aroma de un guiso bien especiado o unas chuletas a la brasa. Adivinaba por el olor, a muchos metros de distancia, todos los ingredientes de cualquier receta. 

Con el tiempo, pensó, desarrollaría técnicas propias, como deconstruir una tortilla de patata y servirla en copa de cristal o incluso, por qué no, utilizar nitrógeno líquido en sus platos. Mientras elaboraba mentalmente esta última ocurrencia, un grito le sacó de su ensimismamiento.

—¡Ven un día a mi gruta de la playa, verás qué paredes calizas tiene más majas!