LOS VIEJOS TIEMPOS
Merienda de chocolate y pan o
de Bony, Pantera Rosa y Bucanero. Los «¿queda mucho para llegar?», y
los «me
hago pis, me mareo», repetidos por turnos por los cuatro hermanos. Sorbitos a
las Fantas compartidas, para que nos durasen más, hasta beber el último trago
del tiempo. Codazos, peleas, «el Veo, veo», las canciones de Parchís y los payasos de la tele en el
abarrotado asiento trasero, y cómo no, el «¡Cumpleaños feliz, mamá!», un año más, por
supuesto. Ir a sesenta, adelantar un tractor, llegar dos horas después
sudorosos del paseo y aparcar el Seat 600 que nos prestaban ese día en el
geriátrico. Salir como a presión uno tras otro por la puerta del conductor, y
pasar a mamá del asiento del copiloto a la silla de ruedas que tenía preparada
un celador. Enjugarle las lágrimas, sentir emoción por su mirada de
agradecimiento, despedirnos hasta la siguiente vez, darle muchos besos. Y
finalmente regresar a nuestros coches con un nudo en el pecho para, lo primero
que hacer, encender nuestros móviles y tabletas, responder los mensajes
pendientes, poner caritas y emoticonos, abstraernos en nuestro universo.