EL BUITRE
Aunque los rayos de sol le
cegaban vio a través de los cristales sucios del coche a Julián, el capataz,
doblado por la cintura, recogiendo caricos. La cosecha del siglo, recordarían
durante años en la comarca.
―Cómo
odio este sitio ―masculló el sobrino del dueño
de la finca, mientras arrancaba el motor.
No había dejado ni un tablón
del suelo sin levantar. Cajones vacíos, ropa tirada por las habitaciones,
tarros de conservas volcados, todos los cuadros separados de sus marcos… Hasta el
pajar donde dormía Julián quedó hecho una leonera. Había puesto patas arriba el
caserón de su tío fallecido sin encontrar lo que buscaba.
Mientras se alejaba de allí,
se enjugó con un pañuelo la frente y no le sorprendió ver que el espantapájaros
también sudaba. ¡Como para no, con lo abrigado que estaba! Chaleco, camisa,
jersey, americana, gabán.
Cuando pusieron en venta el
caserón, Julián desvistió al espantapájaros, se puso su ropa y antes de partir
comprobó que el billete de lotería, tal como le había prometido el viejo,
seguía en el bolsillo de la chaqueta de pana.