EL AMIGO INVISIBLE
«Solo los chalados hablan solos» se
decían sus padres al verle parloteando todo el día. Al principio lo escuchaban
con curiosidad y cariño, después se fueron inquietando, hasta terminar
realmente angustiados los últimos días. Porque ver al hijo entretenido con sus
juguetes y su cháchara solitaria, pues bueno, qué le vamos a hacer; pero esas
discusiones acaloradas y cada vez más subidas de tono no les hacía ninguna gracia.
Empezó a agotárseles la paciencia cuando rajó los peluches y se llenó toda la
moqueta de guata y plumas, pero el día que volaron cochecitos, puzles y hasta
una silla por la ventana de su habitación dijeron muy serios que hasta aquí.
Lo cierto es que sus padres tenían razón: cada
vez se llevaban peor, eran ambos muy testarudos y no había manera de llegar a
ningún punto en común. Así que aquella tarde salieron juntos a jugar al jardín,
a indios y vaqueros, y en una de esas ¡zas!, le cortó de un tajo la cabellera,
lo descuartizó y tiró sus restos al contenedor de basura.
Los padres pudieron por fin respirar tranquilos,
al ver que volvía el hogar a la calma. Demasiada calma tal vez, acostumbrados a
tanto barullo. Por eso, en cuanto el niño sintió aquel ansia de sangre que le
subía por la garganta hasta oprimirle el paladar, como un adicto, y les suplicó
comprar un cachorrito, no tardaron ni un segundo en decirle que sí.