ESPOSA
Me pidió la mano deslizando en
mi dedo anular un anillo de oro con una piedra pequeñita, ¡pero cómo brillaba!
No podía dejar de mirarla, me tenía deslumbrada, no me cabía en el pecho mayor
felicidad.
Al engordar tras el parto de
Bea, la alianza me apretaba y tuve que guardarla en un joyero, que fue
llenándose con nuevas alhajas que me regalaba, arrepentido, después de cada
desprecio, cada insulto, cada amenaza. Con la primera patada que me dio, cuando
nuestra hija ya vivía fuera de casa, le dije que me marcharía, que no quería de
él nada, pero ¿a dónde iba a ir yo, pobre estúpida desgraciada?, pensé mientras,
lloroso y pidiendo como siempre perdón, me ponía en la muñeca un grillete de
diamantes del que nunca podría escapar.