ALEMANIA
Sacude alfombras, barre cuartos,
friega las baldosas del baño. Y todo lo hace cantando, pero solo por mitigar el
dolor que tiene en el pecho, por reprimir el llanto.
Son las mismas coplas con que
su abuela, allá en su pueblo del mediterráneo, espantaba la soledad de sus
últimos años. Pese al cielo plomizo y acerado que día tras día descarga su
furia sobre esta ciudad gris, ella entona su canto. Los grajos que anidan en
los tejados enmudecen, el canario que trajo consigo de España tuerce el cuello
y la mira, callado.
Desde otro de los barracones
surge, algunas mañanas, una voz masculina que junto a la suya se eleva bien
alto e inician una danza, a lo agarrado. Suena el estribillo alegre, y ella
siente como si bailara en el aire con aquel extraño. Son sus instantes de
felicidad, hasta que regresa Paco de la fábrica agotado, amargado, tachando un
día más del calendario. Un día menos, aunque aún falte tanto.
Los domingos, se juntan todos
los obreros a comer paella y tortilla de patata y ella, notando el rubor de sus
mejillas, le busca en los ojos de cada uno de sus paisanos.