GENOCIDIO
De la escuela de su aldea
quedaba en pie una pared y una pizarra. De camino a ella, iba atravesando
edificios en ruinas, humeantes aún los rescoldos, y socavones donde antes hubo
coches aparcados o tenderetes del mercado.
Gente que deambulaba gimiendo, de uno a otro lado, y pequeños incendios
que los hombres, con cubos de agua, iban sofocando. De vez en cuando, veía bajo
los cascotes un brazo o pierna desmembrado.
Solamente el baobab centenario
que presidía la plaza asistía lleno de vida al derramamiento de sangre entre
hermanos.