CLEMENCIA
Me resultaba familiar el
tipo que esperaba empapado en la cola donde estaba dedicando ejemplares de mi
último libro. Cuando llegó su turno se me acercó sin nada para firmarle, se
subió las mangas y me mostró unos cortes recientes en las muñecas.
—Dé-dé-déjeme vivir.
Pi-pi-piense en mi ma-madre enferma, so-so-soy lo único que tiene —dijo
implorante.
Mientras recogía en la
librería caí en que era László, el amante tartaja del
comisario de mis novelas. La verdad, me conmovió. En cuanto llegara a casa
reescribiría el primer capítulo de la siguiente entrega, y le sacaría vivo de
aquella bañera.