domingo, 16 de mayo de 2021

La parada

LA PARADA

Conocía esa luz. Había escapado otras veces de ella y sabía lo difícil que era no dejarse seducir por su destello hipnótico, cálido, neblinoso.

La primera vez, cuando aquellas fiebres, estuvo una semana deslumbrado, pero su madre sujetó firmemente su mano, día y noche, impidiendo que se lo arrebatara; durante la guerra, cuando una granada le arrancó un brazo y un torniquete hecho a tiempo rompió el hechizo del resplandor; y ya jubilado, y manco, cuando salvó a dos niños de la resaca que los arrastraba mar adentro. Flotaba ingrávido en la llama cegadora, medio ahogado, cuando una ola lo devolvió a la orilla.

—Voy al baño, no tardo. —Su hijo no respondió, ni quitó la vista del surtidor, mientras echaba gasolina. Al volante su nuera, Marisa, sonreía al retrovisor y se humedecía con la lengua los labios. Antes de entrar al lavabo, se giró al oír un chirrido de ruedas y vio la polvareda que levantaba el coche al alejarse.

Entonces sintió un desgarro en el costado izquierdo y notó una tristeza inmensa derramándosele por el pecho, como él por el suelo, y sin oponer resistencia se entregó a la luz que refulgía, esta vez, en todo su esplendor.