EL REGRESO
El primer día
tras el confinamiento fui al pueblo de mi padre, entré a la cochera y subí a su
viejo Panda. Al abrir la guantera encontré aquel mapa de cuando todavía no
existían las autopistas. Estaba tan arrugado de desplegarlo y volverlo a doblar
que se desmenuzaba entre los dedos, y muchos nombres que coincidían en los pliegues
no se veían. Rememoré nuestros viajes en aquel trasto: atrás apiñados la
abuela, las mellizas, Golfo y yo, y el maletero hasta arriba. Solíamos parar en
una chopera a comer los filetes empanados y la tortilla y a la vuelta siempre
había que esperar a que alguna vaca atravesara la calzada, llenándola toda de
boñiga.
Estos
recuerdos me empañaban la vista mientras conducía al camposanto con sus cenizas.
Pero sonreí confortado, pues tras el dolor de su muerte solitaria en el
hospital descansaría en paz, por fin, en su tierra querida.