PERO AMANECE
Suele despertarte
canturreando, y tú la recibes con torpes palmadas mientras abre las ventanas y
entra el aire limpio de la mañana. Te enjabona todo el cuerpo y te aclara con
una esponja que escurre en una palangana. Las sábanas las cambia en un pis pas,
se nota que tiene práctica y, aunque se mueve con rapidez, unta con mimo la
pomada en las rozaduras que te hace el pañal. Huele bien esa loción, y gorjeas
de gusto cuando te pone el pijama. Ibas a decir mamá, pero qué rabia, no
consigues articular palabra. Te peina los cuatro pelos con suavidad, te quita
las babas y se despide, «hasta mañana, Julián».
Entonces te llega ese
asqueroso olor a caca, arrugas disgustado la nariz y al subir el embozo de la
sábana notas un líquido pegajoso que resbala por tus piernas, traspasa el
pañal, te empapa el pantalón y hace charco bajo tu espalda. Pero la señora
gorda de coleta que entra ahora ya no es tu mamá, te llama cochino viejo de
mierda mientras enrolla la ropa sucia de mala gana y es cuando te viene un
fogonazo, el recuerdo nítido de quién eras, y te echas a llorar.