LIBRE
La noche de su internamiento,
el psiquiatra de guardia lo encontró tieso sobre el jergón de la celda
acolchada. Comprobó a través de la camisa de fuerza que no tenía pulso y cerró
suavemente sus párpados y su sonrisa helada. Después fue al almacén a por una
escalera, un bote de pintura y un rodillo para borrar la estampa de un águila
que sobrevolaba el techo de aquella jaula. No fuera que llegase a oídos de los
otros majaras.