viernes, 30 de octubre de 2015

Emboscada

EMBOSCADA

Aquel ser diminuto que golpeaba la lente desde el otro lado del precipicio, asomado al borde y abriendo los dedos de su mano libre en forma de «uve», fue lo último que distinguí antes de que se me empañara el visor. Giré el objetivo hacia abajo. En el fondo del barranco, sobre unas rocas puntiagudas, yacían dos cuerpos cubiertos de sangre. Uno era el del sargento Thomas, al mando de mi batallón; el otro, un oficial con un boquete en la cara y una estrella como la mía tatuada en el cuello.

Comprendí entonces por qué sentía tanto frío.