viernes, 30 de octubre de 2015

A tres manos

A TRES MANOS

El Avelino tenía muy mal perder a todo lo que jugáramos, pero le cabreaba especialmente que siempre le ganara al póquer de dados. Los viernes por la noche, antes de que cerraran la tasca, me gustaba picarle a una partida mientras la Mari, aprisionada entre sus brazos, rellenaba de clarete su vaso, que se vaciaba varias veces antes que el mío. Agarrado a su cintura, no la soltaba ni cuando volcaba sobre el tapete los dados. Pero cuando tropezando contra sillas y mesas salía a mear al patio y se desplomaba bajo la higuera, la Mari me arrastraba al almacén y entre cajas de vino y cerveza se desabrochaba gustosa el vestido para saldar la apuesta perdida.