viernes, 30 de octubre de 2015

En caliente

EN CALIENTE


Murió a las doce de la noche en el cuarto azul. La tía Adela. O mejor dicho, el vejestorio ese que pululaba por el caserón. Porque la tal Adela no era tía de mi mujer ni nada, sino una señora que hace siglos se dejó caer por la masía de mis suegros cuando estos aún vivían y ahí se quedó. A acaldar la casa y la huerta. Pero de eso no me enteré hasta muchos años más tarde, cuando mi esposa recibió en herencia aquellas fincas y decidimos venirnos a vivir al campo.

La tía Adela siempre estaba tocando las narices. Y para demostrarlo, fue a expirar la víspera de Reyes y en la habitación de Dieguito y Rubén. ¿No podía haberse quedado inconsciente sobre la mesa de la cocina mientras le daba al anís? O en su mecedora de la sala, mientras tejía aquellas bufandas interminables que tanto odiaban mis hijos, que les salía un ronchón cuando se las anudaba al cuello. O en la huerta de acelgas, qué vicio con las acelgas.

Pues no; ella tuvo que elegir esa noche para palmarla. Me la encontré cuando subí a comprobar si los niños dormían ya para empezar a colocar los regalos junto a la chimenea. El cuerpo inerte de la tía Adela estaba despatarrado sobre la alfombra de Mickey Mouse. Con una mano sujetaba un trozo de carbón, la muy bruja. Me pareció oírla rutar, con sus labios prietos y apuntando con una garra a mis hijos: «Sois unos niños muy malos. Directos vais a ir al infierno y allí moriréis abrasados entre las llamas, jajaja».
Entre mi suegro y yo, tiramos de la alfombra con el fiambre encima y la arrastramos escaleras abajo hasta el garaje. Allí la metimos en la caja vacía de la bicicleta rosa que los Reyes iban a dejar esa noche a Elisa. Lo cierto es que lo improvisamos según la marcha: no queríamos que se llenara la casa de policías y amargara el día a los pequeños. Así que decidimos aplazarlo hasta después de comer, cuando salieran a disfrutar con sus juguetes nuevos al parque.
A la mañana siguiente, el único que notó que faltaba la alfombra de su habitación fue Dieguito, pero enseguida se olvidó del asunto, entretenido como estaba con su triciclo.
De la desaparición de Adela, ninguno comentó nada.