martes, 21 de noviembre de 2017

Apodos

APODOS

La última vez que vi discutir a Maruja con sus hermanos fue en el despacho de la funeraria. Después de aquello no se volvieron a hablar.
Don Román Hoz Galvano, el Boñigas dijo mi cuñado el Bizco—, viudo de la Cuervo…
Perdón preguntó el de la funeraria dejando de darle al teclado. ¿Puede repetirme el nombre del finado?
Mi otro cuñado, el Lombrices, repitió.
El Boñigas. Así le conocían en el pueblo. Si no, no se van a enterar de que se murió cuando vean la esquela.
Mi mujer les dirigió una mirada desdeñosa. Yo permanecí en una esquina, callado.
Y yo Maruja la Puñales, ¿no? Vaya un par de garrulos estalló, dando un puñetazo a la mesa. Mis cuñados bajaron la cabeza, amedrentados. ¿Vosotros dos sois mongolos o qué?resopló, enervada.
Es lo que él habría querido: el Boñigas. Así se hacía llamar —musitaron.
Escriba usted el nombre de mi padre. Sin motes ordenó enjugándose la frente con un pañuelo de seda—. Y vosotros iros a la mierda, que me tenéis hasta el higo.
Los dos hermanos salieron y se hizo lo que ella mandó. Del pueblo del Boñigas no vino nadie al entierro, ni siquiera el capellán. Sospecho que nadie se enteró.