martes, 21 de noviembre de 2017

Delirium

DELIRIUM

No necesitó alejarse unos pasos de la pared para darse cuenta de que algo le faltaba al cuadro. Del entusiasmo que había sentido al encrespar el océano y llenar de espuma su superficie, pasó a la decepción al comprobar que no quedaba pintura negra y gris para oscurecer, cual galerna repentina, el cielo azul. Y ahora, ¿con qué nubes provocaría un vendaval que desplazase al velero sobre las olas?
Tomando aire se acercó, sopló el lienzo y observó con agrado cómo el mástil se combaba entre sus telas inflamadas y el barco iniciaba su periplo, surcando un mar embravecido. Avanzaba dejando atrás el temporal cuando divisó unos cocoteros en un islote de arenas blancas.
«Esto —pensó— no me lo esperaba. Voy a dibujar un náufrago barbudo; no, mejor sin greñas —se animó— como si acabase de llegar, ¡que se busque la vida!». Entonces sonó el ding-dong de la entrada.

Contrariado, escondió los pinceles en un cajón y empujó con un pie los tarros de témpera detrás de las cortinas. Pulverizó con ambientador para mitigar el olor a tinte, restregó unas gotitas de espuma que habían salpicado sus gafas y, circunspecto, abrió la puerta, señalando al nuevo paciente el diván.