ARDID
Sigo
observando mi trocito de cielo azul y el sol amarillo que desde una esquina
guiña un ojo, sonriente. Tal como me dijo papá: que sonriera el sol. La doctora
dice que eso le gusta, que pinte paisajes. Con los lápices marrón y verde
dibujo unas montañas que cruzan la cuartilla y dejo los picos sin colorear,
como si estuvieran nevadas las cumbres. A la doctora no le extraña que el sol
no derrita la nieve, ni que siga con el anorak puesto pese al calor que hace en
este ambulatorio, ni que escriba «papá» encima del monigote que sujeta un
bastón.