PECADO
Como si de
una plaga venenosa se tratara, es verlos pasear en cueros por la orilla, con
sus ingles depiladas y sus culos tan morenos, y a doña Elvira se le eriza el
vello de los brazos, le entran como picores, hasta el pulso se le
acelera. «¡Cuánto depravado, Dios mío!», bufa tras enjugarse el sudor del
bigotillo con un pañuelo. Pero no se despega de sus prismáticos, no, agazapada
tras las cortinas de su saloncito con vistas al mar.