LA VENDA
Amelia trajinaba alegre
por la cocina, canturreando. Ojeaba por encima el periódico abierto sobre la
mesa mientras hervía la leche para el café y tostaba pan para el desayuno de
Julio, su marido, que seguía acostado quejándose de agujetas. Al llegar a
las páginas de deportes, buscó su nombre en la clasificación de la carrera. Recorrió
durante unos minutos la hoja hasta que lo encontró, entre los diez últimos. «Si
todas las tardes sale a entrenar. Además anoche llegó tan contento…». Ya en silencio,
acabó de fregar la vajilla y sacó la ropa de la lavadora. «¿Esta mancha de qué
es?».
Sobre el
adoquín del patio se estrellaron juntos la pinza que Amelia sostenía en la
boca, «me juró que aquello había
terminado» y el poco orgullo que luchaba por conservar. Cuando recobró el
aliento, se levantó de la banqueta y metió a remojo el calzoncillo manchado de
carmín.