BRUJAS
Empezó a pensar en un
nuevo teorema que justificara las pisadas en el suelo recién fregado del
pasillo. Era ella quien abría cada mañana la escuela; más tarde, a eso de las
siete, solía llegar Arturo, el conserje. Pensativa, le dejó una pata de conejo
en la garita. Luego se quitó los guantes de goma, cerró el cuarto de la
limpieza y salió del edificio montada sobre su escoba.
Cuando iba a
meter en el cajón la brocha y la espuma de afeitar, Arturo se encontró el
amuleto peludo. Lo acarició indeciso y cruzando los dedos rogó para que a su
mujer se le pasara lo del divorcio.