ALUMNO
AVENTAJADO
Descubrí la clave en el último
verso del haiku que nos dictaba el señor Jiang, que cuando aquello vivía en un
apartamento pegado al de mis padres. Detrás de dos frases muy raras que leí
veinte veces sin entenderlas, me encontré con la tercera, que decía: «con la guadaña».
Cinco sílabas que le daban todo el sentido al poema. Me percaté entonces de la
indirecta que me estaba lanzando el tío, que siempre que coincidíamos en el
ascensor se lamentaba de lo mustia que veía a su planta. Y se me ocurrió una
idea.
Esa misma tarde, al salir de clase, cogí el
primer autobús para regresar a toda prisa a casa. Mi madre todavía no había
vuelto del taller de costura; mejor, porque nunca me dejaba enredar con los
cuchillos. Así que cogí las tijeras del cajón de la cocina y podé el bonsái que
tenía el profesor en el rellano de la escalera.
Ese año repetí curso.