UÑA Y CARNE
Lo raro habría sido ver a las dos
hermanas Miller bebiendo apaciblemente una limonada fría en el zaguán del
rancho o saliendo a pasear junto a los maizales mientras charlaban de sus
cosas. Desde bien pequeñas, lo habitual era encontrárselas empujándose en los
columpios del parque, engarradas sobre el césped tirándose de los pelos o
llamándose mema o mamarracha. Peleaban a todas horas, siempre pretendiendo ser
mejor que la otra. En lo que fuese. Creen sus padres que esta rivalidad les
viene desde el útero materno, cuando crecían los dos fetos de una manera tan
desigual que Mary, la primera en venir al mundo, pesó casi cuatro kilos al
nacer mientras que Alice se quedó en uno ochocientos y tuvo que permanecer unas
semanas en la incubadora. Ahora bien, que nadie piense que pese a sacarle Mary
una cabeza a la hermana ganara siempre todas las trifulcas. Lo cierto es que en
general van a moretones y arañazos bastante igualadas. Menuda es Alice y cómo
se las gasta.
Pero a pesar de tanta hostilidad, ambas
son inseparables. Han dormido siempre en la misma habitación, han compartido
pupitre en todos los cursos del High School y actualmente se encargan de
atender a los animales del rancho. Diez vacas, una yegüa a la que se pelean
para cepillar o montar, dos gorrinos y un corral lleno de gallinas y patos. La
última enganchada la han tenido hace nada, a cuenta de una apuesta que echaron.
Que si esos huevos son de gallina, decía Mary, que si son de pato, aseguraba
Alice, y como no podía ser de otra manera, en cuanto han eclosionado, han
comenzado a liarse a bofetadas.