domingo, 16 de julio de 2023

Catarsis

CATARSIS

Ni en su peor pesadilla habría imaginado Ricardo que al apearse del autobús aquella noche concurriría tal cúmulo de despropósitos. Que la suela de sus zapatos estuviera lisa por el desgaste, que no parase de llover, que hubiese un cerco de aceite justo en la rampa que bajaba hasta su edificio y que la luz de la farola que alumbraba la acera estuviese fundida provocaron, en ese aciago instante, que al apretar el paso para no calarse pisara la mancha, resbalase y cayese hacia atrás, golpeándose la cabeza contra el asfalto. Un golpe seco. «Estoy muerto» asumió tendido todo lo largo que era en el suelo.

«Uno no se muere todos los días, ¿cómo será esto?», pensó aturdido. Y como hay mucha mística y mucha superchería al respecto, esperó atento los acontecimientos. Al poco rato, unas luces de colores se encendieron. Eran cuadraditos grises, un redondel en medio y más colorines dentro. «La Carta de Ajuste», se dijo en su desvarío. «Va a ser cierto que ves la vida en imágenes al morir». Y entre abrumado e incrédulo, aguardó a que empezara la programación.

Mientras iba pasando el tiempo sin que ocurriera nada, imaginó unas escenas que no vería y que ya no podrían ser: ir de visita los domingos a la residencia donde estaba ingresada su madre y dejarla ganar al parchís, leer un cuento por las noches al pequeño, ayudar a la mayor con el inglés, besar a Laura en el cuello, donde tanto le gustaba, como aquella primera vez…

Pero lo que sucedió a continuación fue que empezaron a diluirse los colores y a desdibujarse el icónico diseño. Notó entonces Ricardo en la boca el sabor dulce de la lluvia mezclado con el salado de sus lágrimas y un hormigueo que, desde los dedos de las manos y los pies, iba recorriendo su cuerpo hasta llegar al cerebro. El tiempo que tardó en recobrarse de la conmoción, levantarse del suelo, caminar mareado hasta el portal, meter la llave en la cerradura y dirigirse a la cocina donde estaba Laura para besarle con ternura el cuello, se le hizo eterno.