domingo, 16 de julio de 2023

Réquiem

RÉQUIEM

Se le ocurrió un día a Leandro, propietario de una funeraria, ofrecer un extra al contratar el servicio de pompas fúnebres. Por supuesto a sus expensas, como detalle para los familiares. Pero sin avisar; le satisfacía enormemente poder mitigar un poco su dolor con esta iniciativa.

Una vez acomodado el cadáver dentro del féretro lo llevaba al velatorio. Allí ya estaba preparado el atrezo y emprendía la puesta en escena, que mantenía durante unos diez minutos, exclusivamente para los familiares que primero llegaban. Oscurecía la sala, dejando apenas unos hilillos de luz naranja o morada o azul; escogía una música u otra, pero siempre algo animado; y calentaba en los quemadores unas esencias de vainilla, de yerbabuena o la infantil, nunca incienso, según quién fuese el muerto y, sobre todo, según su intuición.

La mayoría de la gente estaba más a su duelo y ni se enteraba de si olía a jazmín o si sonaba Beethoven. Alguno sí se lo agradeció, como un señor que iba un poco piripi y que no solo se equivocó de sala y por tanto de muerto, sino también de olor, confundiendo el que había puesto de fresas silvestres con la terraza llena de geranios de su madre fallecida.

También en una ocasión, pecando de un exceso de optimismo, se generó un momento muy tenso al sonar la canción del grupo Parchís, «Cumpleaños Feliz», en el velorio de Josín, un niño que se había aplastado el cráneo al caer desde un castillo hinchable en la fiesta de su sexto y último aniversario. «Cómo iba a saber esto yo», se disculpó tremendamente compungido Leandro. Tras aprender mucho de este error, intentó ser más cuidadoso en lo sucesivo con la selección musical.

Hoy se le ve muy complacido, está segurísimo de haber acertado al poner encima del ataúd la foto de la difunta a la edad de veinticinco, disfrazada por Carnaval con un vestido rococó en un salón de baile. No hay más que fijarse en el viudo, don Romualdo Martínez, noventa y dos años, todo pensativo mirándola. Leandro imagina los recuerdos que se le pasan al abuelo por la cabeza, la juventud vivida, los viajes, ¡quién sabe si a Mallorca, a Venecia o a Berlín!, toda una vida llena de momentos felices junto a esa hermosa mujer. Entretanto, Romualdo Martínez se rasca la calva, se coloca bien los lentes, frunce el ceño, se muerde la lengua, acerca a la foto la nariz y clava atento la mirada en unas sillas que aparecen al fondo, intentando distinguir si son de ébano o fresno.