READYMADE
A
Mary Josephine le explicas el arte conceptual y como si se lo dices en pekinés:
ni lo entiende ni lo va a entender, aunque le pongas traductor simultáneo. Ella
se limita a ir a limpiar la galería de arte donde la han contratado en París y
que la dejen en paz. Y como no habla francés, mejor; así va a lo suyo y nadie
la entretiene.
―Llé-né-sé-pá ―contesta, pronunciando lentamente las sílabas con su acento africano, a
todo el que se le acerca a preguntar que dónde están los toilettes. Eso y el mercie, el au voir y poco más es lo único que se ha aprendido en los dos meses
que lleva en esa ciudad.
En
realidad, se está planteando que igual no se aprende ni una palabra más del
idioma y se marcha para otro país. Tiene todo el rato en la cabeza el runrún de
mudarse, porque de esta gente no entiende ni el idioma ni nada. Que en su
Zimbabue natal no tuvieran aspiradores eléctricos, pase, pero aquí los ha visto
en tiendas y cafeterías, y a ver por qué tiene ella que barrer con una escoba.
Tampoco alcanza a comprender que la gente pague veinte euros por una entrada y
se quede media hora mirando y haciendo fotos a un urinario ―homenaje al gran Duchamp― que han colgado en una sala de la pared. No dejan
usarlo; de hecho, hay un vigilante sentado que no permite que nadie se acerque,
dos cámaras grabando y todo lleno de carteles, que intuye Mary Josephine que
son para prohibir que nadie le dé por hacer pis ahí.
Pero
a lo que menos se acostumbra la buena mujer es a esos grupitos de estudiantes
que vienen cada semana de la Escuela de Bellas Artes, se sientan en cualquier
sitio y le piden s´il vous plaít que
les deje pintar en sus cuadernos el cubo con agua jabonosa y la fregona con la
que limpia el suelo.