domingo, 16 de julio de 2023

Los siete pecados

LOS SIETE PECADOS

La lujuria y la gula las tenían garantizadas Eva y Adán, así lo había dispuesto el Creador para tenerlos contentos y entretenidos. Venga de revolcones aquí y allá, de jugar al «a que no me pillas, bandido», de explorar con lenguas y dedos sus cuerpos desnudos, al alba y antes de que volviera a ocultarse el sol, sobre el césped mullido a la orilla de un arroyo cuajado de nenúfares y pececillos.

Paraban solo para saciar su apetito, que aquello daba mucha hambre: arándanos, cebollas dulces, avellanas y castañas, piñas tropicales, plátanos de Canarias, miel de abejas, canela en rama. Todo en abundancia, de la mejor calidad y cuando les diera la gana. En definitiva, comer, dormir, fornicar y holgazanear. Que qué necesidad había de ponerse a emprender, de tener iniciativa, de esforzarse en nada, con la pereza que todo aquello daba.

Pero con todo lo a gusto que estaban estos dos en el paraíso, que no les faltaba de nada, les brotó del corazón la envidia al ver la cara de felicidad que ponía una serpiente mientras saboreaba una jugosa manzana, al contemplar cómo hincaba los colmillos en la pulpa blanca, al oír la piel roja triscar y a la bicha salivar, al percibir el olor fresco de la fruta madura. Y siendo lo único que tenían prohibido, comer manzanas, la avaricia les empujó a varear el árbol para hacer caer toda la fruta. Menudo festín se dieron, y eso que aún nada sabían ya lo irían desarrollando más adelante de productos derivados como la tarta de manzana, las manzanas asadas, la compota de manzana, las manzanas de  caramelo… y para quitar la sed, la sidra de manzana.

Con la panza llena a reventar y la osadía de la transgresión, se encararon provocativos y soberbios al cielo. ¿Cuántos más placeres, manjares, diversión, les estaría ocultando el idiota de ahí arriba?

Pronto lo descubrirían, pues así fue como se encendió la ira del Señor.