CALMA CHICHA
Al asomarse al abismo azul de los ojos de Nerea, sintió Mauro cómo la
inmensidad del océano lo apresaba, lo envolvía y zarandeaba, y cómo la resaca
lo arrastraba mar adentro cuando la muchacha de trenzas rubias y labios color
frambuesa le dio su primer beso.
Al chico, el vértigo le duró no solo el verano que se conocieron sino
toda la vida entera ―que pasó junto a ella a
merced de olas, mareas y vientos― hasta hoy, setenta
años más tarde, que sentado en el lecho de Nerea llora mientras intenta
inútilmente calentar sus manos heladas, sus dedos yertos.