BAILE DE SALÓN
Benita y Julián se mueven al
son de las coplas que animan la noche del centro de mayores. Ella abrazada a su
cuello, él rodeando delicadamente su cintura con las manos. En los vaivenes,
Benita gira un poco la cabeza, lo justo para rozar con su pómulo la perilla
blanca bien recortada. Entonces deja escapar un suspiro, «aahh», se siente tan
confortada.
Julián le hace sentirse una
mujer deseada. Con eso le basta.
Regresa después a casa, camina
ligera por la acera, aminora la marcha, que le dé el aire frío en la cara.
Tiene la respiración desbocada, el cuerpo ardiendo, el alma embriagada. Abre el
portal con manos temblorosas y en el espejo del ascensor contempla con arrobo
su rostro encendido, su mirada ilusionada.
A Fermín le cuenta que ganó al
chinchón y él, después de tantos años viéndola apagada, sonríe, y es una
alegría sincera, le sale de dentro ver feliz a su amada, aunque se le pone un
rictus de dolor que ella confunde con la incomodidad de la cama articulada.
Pero no es eso, no, es que no logra acostumbrarse al olor a loción de afeitado
que queda cada viernes flotando en la estancia.