PERFORMANCE
La
señora Baker, ama de llaves de los Brown, fue llamada a la presencia del Todopoderoso
estando plácidamente dormida en su cama, con su mejor camisón y tapadita hasta
las orejas con una manta. Ocurrió un domingo por la tarde, al rato de haberse
acostado después de concluida su tarea, así que le cogió la muerte con la
satisfacción del deber cumplido y minutos antes del desastre que le habría
provocado, con toda seguridad, un jamacuco irreversible. Alabado sea por tanto
el Señor por su don de la oportunidad, dirían aliviados los Brown unos días más
tarde, durante su funeral.
Porque
la señora Baker había servido en aquella casa desde los quince años, y con
noventa y cinco, ya retirada, continuaba viviendo con la familia y por no sentirse
una inútil la permitían el mantenimiento de la vajilla de porcelana. Así que,
desde primera hora de cada domingo, sacaba las piezas del aparador, las
disponía delicadamente en el suelo y se sentaba junto a una palangana de agua
espumosa que ya tenía preparada. Después, jabonaba uno a uno los doce platos
llanos, los doce hondos y los doce de postre, así como cada una de las doce
copas de agua, vino blanco, vino tinto, licor y cava. Una vez que estaba todo
limpio, secaba cada pieza con muchísimo cuidado con unos paños de algodón, y
tras abrillantar, volvía a colocarlo todo en sus baldas. A continuación, hacía
lo mismo con las tazas de té, soperas, ensaladeras, salseras, hasta dejarlas
relucientes. En fin, que se pasaba toda la mañana y parte de la tarde entregada
a la labor. Ese día almorzaba únicamente un sándwich sentada en el parqué y se
retiraba a su alcoba como a las cuatro, deslomada pero feliz.
El
resto de la semana se dedicaba a descansar, hacer algún crucigrama del Daily
News y recuperarse hasta el siguiente domingo al que, como ya se ha dicho, no
llegaría la buena mujer, pues los Brown tenían una hija, Cloe, que cuando no se
tomaba la medicación lo mismo le daba por decir que quería ser misionera en el
Congo o puta en una esquina del Soho, y ese domingo, mientras la señora Baker
exhalaba su último aliento, apareció la muchacha diciendo que era artista. Su obra
consistió en estampar, una a una, todas las piezas de la vajilla contra el
suelo y la pared mientras lo grababa con el móvil.