domingo, 16 de julio de 2023

Performance

PERFORMANCE

La señora Baker, ama de llaves de los Brown, fue llamada a la presencia del Todopoderoso estando plácidamente dormida en su cama, con su mejor camisón y tapadita hasta las orejas con una manta. Ocurrió un domingo por la tarde, al rato de haberse acostado después de concluida su tarea, así que le cogió la muerte con la satisfacción del deber cumplido y minutos antes del desastre que le habría provocado, con toda seguridad, un jamacuco irreversible. Alabado sea por tanto el Señor por su don de la oportunidad, dirían aliviados los Brown unos días más tarde, durante su funeral.

Porque la señora Baker había servido en aquella casa desde los quince años, y con noventa y cinco, ya retirada, continuaba viviendo con la familia y por no sentirse una inútil la permitían el mantenimiento de la vajilla de porcelana. Así que, desde primera hora de cada domingo, sacaba las piezas del aparador, las disponía delicadamente en el suelo y se sentaba junto a una palangana de agua espumosa que ya tenía preparada. Después, jabonaba uno a uno los doce platos llanos, los doce hondos y los doce de postre, así como cada una de las doce copas de agua, vino blanco, vino tinto, licor y cava. Una vez que estaba todo limpio, secaba cada pieza con muchísimo cuidado con unos paños de algodón, y tras abrillantar, volvía a colocarlo todo en sus baldas. A continuación, hacía lo mismo con las tazas de té, soperas, ensaladeras, salseras, hasta dejarlas relucientes. En fin, que se pasaba toda la mañana y parte de la tarde entregada a la labor. Ese día almorzaba únicamente un sándwich sentada en el parqué y se retiraba a su alcoba como a las cuatro, deslomada pero feliz.

El resto de la semana se dedicaba a descansar, hacer algún crucigrama del Daily News y recuperarse hasta el siguiente domingo al que, como ya se ha dicho, no llegaría la buena mujer, pues los Brown tenían una hija, Cloe, que cuando no se tomaba la medicación lo mismo le daba por decir que quería ser misionera en el Congo o puta en una esquina del Soho, y ese domingo, mientras la señora Baker exhalaba su último aliento, apareció la muchacha diciendo que era artista. Su obra consistió en estampar, una a una, todas las piezas de la vajilla contra el suelo y la pared mientras lo grababa con el móvil.