domingo, 16 de julio de 2023

Oro

ORO

Después de cada infidelidad, de cada bofetón, él siempre se arrodillaba a sus pies, se encogía en su regazo y llorando y gimiendo con todo su ser, le suplicaba que le perdonase, que no lo volvería a hacer, que había sido un arrebato, un desliz pasajero, que ella era su único amor, su única mujer. Entonces le ponía en un dedo un anillo de oro de varios quilates, en la muñeca un reloj Cartier, una cadena en el cuello… y tantos habían sido los arranques de cólera que se iba llenando de alhajas el joyero al mismo tiempo que su corazón se convertía en un témpano de hielo.

Al principio, sentada en su tocador frente al espejo, se le pasaba por la cabeza dejar atrás todo aquello y huir de esa jaula de oro. Pero enseguida cogió gusto a ponerse y quitarse broches y pulseras y pendientes, a pasearse por la casa con la diadema de diamantes. Y tanto se admiraba de poseer unas joyas tan valiosas que pronto ignoró esos anhelos, aunque cuando se cubría con maquillaje cada último moratón lo hacía apretando fuerte los dientes.

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