LÍNEA ERÓTICA
Hoy
daba comunicando el teléfono de Pamela, pero Bernardo no llama a ninguna otra y
espera. Tiene una voz dulce, cálida, sensual, que le pone muy cachondo, y se
imagina una mulatita preciosa, con las tetas firmes pero pequeñas, un culo
redondo y suave, una piel de canela, unos labios carnosos que le besan, le
lamen, le succionan, y, y, y, y tiene que levantarse a por una lata de cerveza
a la nevera, refrescarse la cara, calmarse, aguantarse un rato más hasta que
vuelva a marcar su número y conteste esa reina caribeña, «tengo empapado el
tanga, mi fiera».
Como
otras veces, Pamela, que se llama María Luisa y es oriunda de Cuenca, le habla
en susurros mientras da la papilla a cucharadas a su bebé y le cuenta lo
caliente que está al tiempo que le golpea en la espalda para que expulse los
gases. Cuando escucha al otro lado los jadeos y los ayayays, María Luisa se pone a gemir, acunando al niño, hasta que Bernardo
llega al orgasmo. Alarga lo que puede la llamada mientras mete al hijo en la
cuna y le pone el chupete, y le dice al otro todo lo que quiere oír, o sea, lo
hombre que es y lo mujer que con él se siente.
Cuando por fin recupera el aliento, Bernardo se
despide y cuelga. No se queja, ha estado bien, aunque últimamente se le queda
un regusto raro, como a ocho cereales, galleta, leche y miel.