TRÁFICO
El automóvil avanza por una
carretera llena de baches, curvas, subidas y bajadas, al borde de unos
acantilados. Es de noche cerrada, hay niebla y además vienen coches de frente a
excesiva velocidad. A Jean-Pierre le sudan las manos, la camisa la tiene
empapada y los pantalones de lino se le han pegado, y eso que lleva escasos
diez minutos agarrado con fuerza al volante, girando a la izquierda, a la derecha,
cediendo el paso o parando en un stop, según las señales que le salen al paso
en mitad de la oscuridad.
En un tramo de raya continua,
un camión cisterna que viene detrás se pone a adelantarle. Cuando está a su
altura, Jean Pierre ve delante una luz ―posiblemente
de una moto― y para evitar el choque frontal, reduce velocidad, se echa a un
lado casi rozando el quitamiedos, frena, se quita el cinturón y sale del
simulador, dando un traspiés, mareado, unos segundos antes de que la prueba
haya acabado. Se encuentra fatal y está con ganas de vomitar, pero se aguanta
hasta que viene el examinador, le da una palmada en la espalda y le comunica
que ha superado la prueba y su carné está renovado.