domingo, 16 de julio de 2023

Flower power

FLOWER POWER

Janis no se llama Janis, pero se presenta con ese nombre a Steve, el muchacho que está tan ricamente tumbado en una manta fumando hierba. Se acomoda a su lado y le cuenta lo hippie que es, lo bien que se está jajá jijí, sin responsabilidades, yendo de un lado para otro, hoy aquí, mañana Michigan, al otro California, y vivir al día, sacándose unos dólares con la guitarra para subsistir, ¿acaso se necesita más para ser feliz?

Se pone entonces a llover y él ni se da cuenta, pese a que las gotas de lluvia le apagan el canuto, porque para entonces ya está en un estado zen supremo, muy rico, todo todo le parece súper bien, gloria divina, esa hormiguita que trepa por su dedo pulgar es desde ya mismo su amiga, el olor a tierra mojada le sobrecoge hasta caerle unos lagrimones de la emoción y las nubes del cielo hacen una coreografía preciosísima.

En fin, es tal el colocón y tan embargado está con la música que suena en el escenario allá al fondo, que la chica esta, Janis o como se llame y que se calla lo mucho que le fastidia que la lluvia le deshaga las trenzas, que si lo llega a saber no se tira ayer dos horas en la peluquería en Dansville, el pueblín desde donde ha venido hasta aquí lo arrastra con ella, «vamos a la furgoneta», y él no ve por qué no, tampoco es que vea por qué sí. Lo cierto es que en ese momento, como ya se dijo, todo le parece que más okey imposible.

En la furgoneta se quitan la ropa mojada y bueno, pasa lo que pasa, ya se lo pueden imaginar, tampoco veo necesario contarlo todo, entrar en detalles, empezar con que si se meten las lenguas hasta el paladar, si él se entretiene mordisqueándole  los pezones, si ella succiona golosamente el glande de él, si se sienta a horcajadas sobre el chico y se retuerce de placer… Todo eso, pienso, forma parte de su privacidad, así que dejémosles en paz. Pero el caso es que Janis, que por cierto se llama Dorothy, hala, ya lo dije, va teniendo una edad en que todas sus amigas le tocan las narices día sí día también con que a ver si se echa novio, «que se te va a pasar el arroz», y tal y cual. En resumidas cuentas, que Dorothy, que ese día se llama Janis porque Dorothy le suena como a provinciana de un pueblo de esos de la América profunda con una gasolinera y un bar de carretera con letras de neón y tíos escupiendo tabaco, ha tenido suerte, pues estaba en sus días fértiles, tan fértiles que nueve meses después le nacen dos niños muy rubios y muy mofletudos. Tres años más tarde ya son cinco chiquillos, que no paran de comer y tener muchos gastos.

Dorothy ha cogido bastantes quilos, pero es una mujer que se siente plena horneando tartas de manzana, poniendo coladas y fregando la tarima de madera de la sala. Da igual, lo que haya que hacer, porque es lo que ella quería. Y Steve, bueno, trabajando de siete a cinco en la serrería, metiendo horas por las tardes limpiando chimeneas y viendo cómo, así a lo tonto, se va pasando una vida que no recuerda haber soñado nunca.