FLOWER POWER
Janis no se llama Janis, pero se
presenta con ese nombre a Steve, el muchacho que está tan ricamente tumbado en
una manta fumando hierba. Se acomoda a su lado y le cuenta lo hippie que es, lo
bien que se está jajá jijí, sin responsabilidades, yendo de un lado para otro,
hoy aquí, mañana Michigan, al otro California, y vivir al día, sacándose unos
dólares con la guitarra para subsistir, ¿acaso se necesita más para ser feliz?
Se pone entonces a llover y él
ni se da cuenta, pese a que las gotas de lluvia le apagan el canuto, porque
para entonces ya está en un estado zen supremo, muy rico, todo todo le parece
súper bien, gloria divina, esa hormiguita que trepa por su dedo pulgar es desde
ya mismo su amiga, el olor a tierra mojada le sobrecoge hasta caerle unos
lagrimones de la emoción y las nubes del cielo hacen una coreografía
preciosísima.
En fin, es tal el colocón y
tan embargado está con la música que suena en el escenario allá al fondo, que
la chica esta, Janis o como se llame ―y que se calla lo
mucho que le fastidia que la lluvia le deshaga las trenzas, que si lo llega a
saber no se tira ayer dos horas en la peluquería en Dansville, el pueblín desde
donde ha venido hasta aquí― lo arrastra con ella, «vamos
a la furgoneta», y él
no ve por qué no, tampoco es que vea por qué sí. Lo cierto es que en ese
momento, como ya se dijo, todo le parece que más okey imposible.
En la furgoneta se quitan la
ropa mojada y bueno, pasa lo que pasa, ya se lo pueden imaginar, tampoco veo
necesario contarlo todo, entrar en detalles, empezar con que si se meten las
lenguas hasta el paladar, si él se entretiene mordisqueándole los pezones, si ella succiona golosamente el
glande de él, si se sienta a horcajadas sobre el chico y se retuerce de placer…
Todo eso, pienso, forma parte de su privacidad, así que dejémosles en paz. Pero
el caso es que Janis, que por cierto se llama Dorothy, hala, ya lo dije, va
teniendo una edad en que todas sus amigas le tocan las narices día sí día
también con que a ver si se echa novio, «que se te va a pasar el arroz», y
tal y cual. En resumidas cuentas, que Dorothy, que ese día se llama Janis
porque Dorothy le suena como a provinciana de un pueblo de esos de la América
profunda con una gasolinera y un bar de carretera con letras de neón y tíos
escupiendo tabaco, ha tenido suerte, pues estaba en sus días fértiles, tan
fértiles que nueve meses después le nacen dos niños muy rubios y muy
mofletudos. Tres años más tarde ya son cinco chiquillos, que no paran de comer
y tener muchos gastos.
Dorothy ha cogido bastantes
quilos, pero es una mujer que se siente plena horneando tartas de manzana, poniendo
coladas y fregando la tarima de madera de la sala. Da igual, lo que haya que
hacer, porque es lo que ella quería. Y Steve, bueno, trabajando de siete a
cinco en la serrería, metiendo horas por las tardes limpiando chimeneas y
viendo cómo, así a lo tonto, se va pasando una vida que no recuerda haber
soñado nunca.