domingo, 16 de julio de 2023

La jaula

LA JAULA

A la institutriz de Beatrice no le queda otra que mentir a los padres de la niña cada vez que telefonean desde donde estén: Bombay, Sidney, Cuzco, Johannesburgo. Todos sitios muy lejanos. Son gente con muchos compromisos allende los mares y en cuanto terminan algún negocio o a lo que sea que se dediquen, lo que necesitan le explican es relajarse en un crucero, tomarse unas vacaciones, tumbarse panza arriba en la tumbona de alguna playa. Y si es en otro continente, mejor, piensa ella. El caso es que verlos, solo los ve dos o tres semanas al año.

Se le pasa por la cabeza a veces que, si vivieran en otra época, podría encerrar a la chiquilla bajo llave en el desván, con las ventanas tapiadas, como a las princesas de los cuentos, que las castigaban en los torreones de los castillos. Pero estamos en el siglo XXI y eso no puede ser, la denunciaría la mocosa y la meterían en la cárcel. Así que tiene que resignarse cada tarde a ver escabullirse por la puerta trasera un pimpollo lleno de lazos, con su vestidín blanco y sus tirabuzones dorados y al cabo de un par de horas comprobar horrorizada cómo regresa hecha un asco, toda despeluchada y llena de barro.

Pero comprende la buena mujer que a esta criatura, que lo tiene todo una casa que sale en las revistas de decoración, profesores que la educan sin necesidad de moverse de su cuarto, doncellas, mayordomo, juguetes de madera hechos de encargo, lo que realmente le entusiasme sea juntarse con los mozalbetes del barrio y comer pipas en un banco, correr detrás de una pelota, jugar a las canicas, saltar sobre los charcos, tirar piedras a los gatos.