DEBERES
Hay varias gallinas que
picotean el suelo, unos cuantos polluelos, una cabra y un burro que sirve para
tirar de un arado y labrar la huerta. Maquinaria no tienen, pues no llega la
luz eléctrica.
Todas las tardes, después del
almuerzo, Pedro coge un rastrillo y limpia el corral, cambia el heno de los
animales, llena los bebederos, ordeña a la cabra y barre de excrementos la
tierra. A continuación quita las malas hierbas, retira caracoles y pulgones, riega
las tomateras y recoge alguna hortaliza ―una
cebolla, un calabacín― para la cena. Huevos siempre
hay, así que en el hornillo de gas prepara una tortilla, calienta un cuenco de
leche a Liam, su hermano pequeño, y le cuenta un cuento para que se duerma.
Para entonces, ya ha caído la
noche. La madre aún tardará en regresar de la casa donde sirve, del padre ni se
acuerda. A Pedro, los ojos se le cierran. Por las mañanas se levanta antes de
las seis para recoger los huevos, poner grano a las gallinas, despertar al
hermano y preparar los desayunos. Aún no ha amanecido cuando salen caminando
para la escuela, se tarda más de una hora en llegar por sendas polvorientas.
Pero cada noche, antes de
acostarse, Pedro mete en la cartera sus lápices y libretas, se sienta debajo de
la farola que alumbra la carretera y, con mucha concentración, hace las tareas
que le puso la maestra. Tiene que esforzarse con la caligrafía, piensa mientras
escribe unas frases para la clase de lengua. Es lo que más le cuesta.