EN EL INFIERNO
—Jopeee, qué
calor— refunfuña Ramón mientras se sube el saco hasta las cejas. Se cree así a
salvo del enemigo, pero a ratos necesita respirar y al destaparse queda
expuesto de nuevo a los ataques. Desde su trinchera de plumas enciende el móvil
y alumbra alrededor; solo distingue sombras y los números de la pantalla.
¡Ostras, las cuatro de la mañana! Entonces empieza a arrepentirse de haber
renunciado al sosiego de su casa para emprender esta travesía por tierras
inhóspitas. ¡Cómo añora su cama! ¡Hogar, dulce hogar…! Pero es inútil
lamentarse, ahora tiene que velar por su integridad y la de Marta, que ronca a
su lado ajena al peligro que corren.
«No me
rendiré o acabarán con nosotros». Inmóvil como un cesto, aguza el oído hasta
que percibe un zumbido: ha localizado a otro intruso. Saca un brazo fuera del
saco y sujetando el mapa ¡zas! lo aplasta de un golpe. Sonríe triunfante al
imaginar los pegotes espachurrados en las páginas;. De momento, va ganando la
batalla.
―Oye,
Ramón ―le recrimina Marta dándole la espalda― tú sigue embadurnando de sangre el plano y mañana me cuentas cómo
encontramos la ruta. Es la última vez que salgo contigo de acampada.