lunes, 23 de septiembre de 2013

La insoportable pesadez

LA INSOPORTABLE PESADEZ

Ya me habían avisado, pero todavía me cuesta creer que en las pocas semanas que han pasado desde que dejé de fumar haya engordado siete kilos, ¡qué barbaridad! No entro en los pantalones y se me ha puesto el cuerpo como un botijo… Y no, no me da la gana, me niego. Así que hace doce días he empezado un régimen: lechuguita, caldos desgrasados, pescado sin sal, nada de alcohol… Todavía no he adelgazado ni un gramo, pero he leído en todas las revistas que hay que ser perseverante y que los resultados terminan viéndose a medio plazo. Lo que tengo que evitar a toda costa son los pinchos del desayuno, los aperitivos de los domingos, las reuniones alrededor de unos vinos… Total, que me he convertido en una asceta y ya no tengo vida social. Todo sea por recuperar mi línea antes del verano, sniff.
—¡Mamaaaá, que te pongas! Es tía Menchu. –Le dirijo a Carlota una mirada de desaprobación cuando me alarga el teléfono, pero no la ve; ha desaparecido por la puerta de la cocina con los cascos puestos y cantando algo en inglés. Esta hija mía parece tonta, de verdad. ¿Qué no habrá entendido cuando le pedí que dijera «no estoy en casa y no sé cuándo volveré»? Los adolescentes de hoy en día es que no escuchan.
—No me sirven tus excusas, Piluchi, y no me hagas enfadar —siempre me ha resultado difícil desarmar a mi hermana—. Ya hace dos semanas que te escaqueas de la partida y no me convencen ni un pimiento tus razones. Si no vienes hoy te prometo que mañana voy a tu casa y no despego el dedo del timbre hasta que salgas. Y cuando se funda aporrearé la puerta hasta que abras. Por cierto, te recuerdo que mañana es el cumple de Rita. Hemos puesto un fondo para el regalo y he adelantado tu parte, ya me pagarás. Iremos a cenar al «Wolly» y luego a tomar unas copichuelas y echar unos bailes, jeje…  ¡Ya verás qué diver!
—Está bien, está bien —cedo. Lo cierto es que no tengo más opciones. Desde pequeña, Menchu siempre se las ha arreglado para salirse con la suya, menuda es mi hermanita.
El sábado me presento en ese restaurante tan de moda. Ya están todas en la barra y alguien me pone un vaso de vino blanco en la mano. Me he prometido controlarme y le doy unos sorbitos. Al poco, el camarero vuelve a rellenar mi copa, doy otro traguito y me empiezo a relajar. ¡Hacía tanto que no  bebía y está tan rico!
Después de unas rondas y unos entrantes riquísimos, gentileza de la casa, ya me siento integrada. La verdad es que echaba mucho de menos estar con mis amigas. Además los canapés son de setas, espárragos y langostinos; esto no engorda fijo, es verdura y marisco, muy ligero todo. Lo dicen los expertos.
El camarero nos conduce hacia el comedor. Vamos haciendo chistes entre nosotras y riendo, los vinitos están haciendo su efecto. Tomo asiento y ya noto la presión del vaquero en mi cintura, qué horror. Hoy me puse el único pantalón que me entraba y noto que el botón está a punto de saltar y mis lorzas de desparramarse, ¡y aún no hemos pedido la cena! Entonces es cuando decido que esta noche nada me va amargar la fiesta, así que me suelto el botón y me bajo la cremallera. ¡A comer y a beber se ha dicho, que un día es un día!
Desfilan por la mesa las croquetas de queso, los buñuelos de bacalao, las albóndigas de cachón en su tinta, todo delicioso. Después llegan las ensaladas con beicon, queso fundido y trocitos de pan tostado, para chuparse los dedos. De segundo, un plato para cada una. Y todavía me queda sitio para el postre, café, chupitos…

Me temo que ni bailando tres horas en esta pista me bajará la cena. Eso sí, me lo estoy pasando como nunca. ¡A tomar por saco el régimen, por lo menos hasta el lunes!