domingo, 20 de enero de 2013

La noche más larga


LA NOCHE MÁS LARGA



El monstruo estira sus retorcidos tentáculos de fuego y va creciendo en columnas de humo intentando lamer el cielo. Su fiebre se propaga en todas direcciones y, alimentada por el fanatismo de los pirómanos, la gran hoguera censora engulle las montañas de libros prohibidos.
Las llamas los muerden y mastican, los regurgitan y tragan; a algunos los escupen y vomitan  lanzándolos en cascada lejos del calor sofocante. Pero con hábiles lengüetadas, no tardan en aferrarlos de nuevo, fundiéndolos en masas amorfas de papel, esqueletos de tapas y tendones de hilos, polvillo negro de tinta… dejándolos reducidos a un montón de cenizas. El rugiente parpadeo de la lumbre ilumina la noche, que se va consumiendo acompañada del quejido fantasmal de los libros, que no dejan de brincar sobre las brasas intentando huir de la fiera inmisericorde. Finalmente, sucumben a la realidad incandescente y se mezclan con las ruinas de los textos que, humeantes, yacen carbonizados en el suelo.
El hollín tizna los rostros de los que acuden a entregar sus vergonzosas pertenencias para cumplir con la ordenanza oficial. Hipnotizados por las llamaradas, se demoran en volver a sus casas, deleitándose con la escena, atrapados por el espectáculo del incendio devastador. Una lluvia de chispas renegridas planea mansamente desde las nubes de vapor seco, cubriéndolo todo con una pátina cenicienta: trocitos de frases, palabras sueltas, letras doradas desprendidas de los tomos deshilachados se dejan caer, exangües, sobre los escombros, vencidas por el poder destructor del fuego.
Las librerías, bibliotecas, imprentas, editoriales y almacenes de libros de todo el país sufren el mismo destino en la fecha fijada por los gobernantes. Es la noche de San Juan.