miércoles, 4 de mayo de 2022

Tempus fugit

TEMPUS FUGIT

Fue apearse del taxi, subir a la habitación del hotel, contemplar desde la terraza el azul del Mediterráneo, abrir las maletas, ponerse las chanclas y el bañador, bajar corriendo a la playa, zambullirse en el agua… y de pronto invadirle esa deliciosa sensación de ingravidez que tantos meses llevaba esperando. Once, concretamente.

Después del chapuzón se tumbó sobre la toalla, dejándose arrullar por el vaivén de las olas. «Aah, todo agosto por delante», pensó dichoso mientras cogía un puñado de arena y lo veía escurrir entre los dedos. Pero de repente sintió que la tierra se lo tragaba, como cuando se arremolina el agua en el sumidero o volteas un reloj de arena. Esto último se le ocurrió mientras era arrojado al otro lado; de pequeño se le hacía eterno mirar el hilillo cayendo, pero en aquel momento le pareció más breve que un parpadeo.

No fue hasta que su mujer encendió la luz de la mesilla y le dio un codazo «eh, despierta»— cuando comprendió que el eco impreciso que le taladraba el cerebro era el despertador, que estaba en su cama de siempre y que eran las siete de la mañana del lunes uno de septiembre.