miércoles, 4 de mayo de 2022

Melancolía

 MELANCOLÍA

Cada sábado el recluso Chester W. Jones espera impaciente a que abran la biblioteca de la penitenciaría para devolver la revista de la semana anterior y recoger con ilusión una nueva. Con el carné de lector y una cuota simbólica de un dólar al año, se ha suscrito a todas: de coches, de bricolaje, de decoración del hogar, de recetas de cocina. Las de porno y tías desnudas, que eran las que le obsesionaban de joven antes de que le enchironasen, esas no, esas las tiene prohibidas. 

Cuando llega un nuevo ejemplar, corre a recluirse en su celda, se acomoda en el camastro, lo abre y mete la nariz entre sus páginas. Primero emplea unos minutos en aspirar el olor del papel cuché y, una vez saciado, se centra en las fotos de los anuncios, que es lo único que le conecta con la vida. Se deleita entonces con el aroma de los perfumes, Chanel y Lancôme son los que más le gustan. Luego pasa la lengua por las hojas donde hay botellas de ron, de tequila, y sigue avanzando por la revista dejando que sus dedos acaricien el pantaloncito o la faldita de cada niña, sus labios se posen en los de cada mujer y sus ojos se llenen de sus pechos voluptuosos, de sus sonrisas dentífricas, de sus caras de felicidad, de su alegría.

A lo largo de la semana manosea, olisquea y chupetea repetidamente la publicación hasta el sábado siguiente, que la devuelve toda húmeda y descolorida. Y con cada nueva entrega no tarda en hacérsele la boca agua al recluso Chester W. Jones mientras se dirige a toda prisa a su celda.