miércoles, 4 de mayo de 2022

Paseo

 PASEO 

Con mi amigo Nacho nunca me aburría. Siempre que íbamos a algún sitio, se fijaba en los detalles más inesperados: un búcaro en el cuadro de «Las Meninas», un grafiti de Banksy en la pared del baño de una tasca, el móvil 5G que asomaba en el bolsillo de un mendigo, un tendal donde ondeaba la máscara de un payaso… Algunos domingos de invierno, de esos de lluvia tediosa y aburrimiento, le llamaba para dar una vuelta por alguna parte desconocida de la ciudad. Me encantaba descubrir, a través de su mirada, sus calles y plazas; incluso en aquellas que habitualmente recorría, me señalaba alguna particularidad en la que ni me había fijado.

Hace un par de años quedamos para hacer un itinerario por el barrio fantasma: una zona deshabitada por estar sus edificios enfermos debido a «un conjunto de molestias y males como la mala ventilación, la descompensación de temperaturas, humedades, partículas en suspensión y gases y vapores químicos» y no sé qué más, porque no me dio tiempo a terminar de leerlo en el código QR que había a la puerta de una librería cerrada. Un golpe de viento arrancó de la fachada el letrero oxidado de «Libros» que estaba justo encima de donde se encontraba Nacho.

Desde entonces me quedó por dentro como un temor a la exploración y la aventura que antes tanto disfrutaba. Por eso ya solo viajo en excursiones organizadas, nada de improvisación, con todos los circuitos, comidas y hoteles programados. Sin embargo, siempre, siempre, y gracias a aquellas salidas con Nacho, descubro algún detalle oculto en el lugar más inesperado.