A LA TERCERA
«Le
faltarán, al menos, un par de centímetros para alcanzar la barra del trapecio;
como acróbata no me sirve», calculaba con cara de desaprobación el propietario
del circo mientras ofrecía asiento al tipo enclenque que acababa de entrar en
su camerino. «Ja, no irá a sacar una varita, ¿no?», pensó desconfiado cuando
vio cómo acariciaba su maletín, «porque más que mago parece de la funeraria».
El hombrecillo se ajustó con un dedo las gafas de pasta sobre su narizota roja.
«¡Eso es, de payaso! ¿Cómo no me había fijado antes?».
—Buenos días
—saludó el desconocido alargándole una tarjeta—. Me llamo Cristóbal Lapa, y vengo
de la Inspección de…