ESCURRIDIZA
Me desesperaba que apareciera
por casa cuando le daba a ella la gana, sin avisar; así, claro, siempre me
cogía desprevenido. Hace apenas unos días descorrió la cortina de la ducha
mientras me estaba jabonando, pero al intentar retenerla me sacó burlona la
lengua y se escapó; en otra ocasión me pilló friendo unas croquetas y cuando
fui a ver qué quería, casi se quedan pegadas a la sartén; anteayer se plantó a
mi lado en la ventana mientras tendía la colada y por su culpa se me cayó al patio
un calcetín. Muchas noches incluso me he quedado dormido en esta silla frente a
la pantalla encendida del ordenador, esperándola. Qué duros estos destierros.
Pero hoy por la tarde me
pareció oír un ruido en el pasillo: era ella, que se acercaba de puntillas a mi
habitación. Entonces aguardé paciente a que entrara, aporreé con saña el
teclado y por fin pude atraparla.
El caso es que ahora, que son
ya las cuatro de la madrugada y llevo escritas varias páginas de mi novela, no
me atrevo ni a levantarme para ir al baño. No sea que se escabulla otra vez.