domingo, 16 de julio de 2023

Al alba

AL ALBA

Serían casi las cuatro de la madrugada cuando por fin pudo Damián capturar con el móvil el canto de dos cárabos, hembra y macho, en pleno galanteo amoroso. Era lo único que le faltaba y, cuando se hubo cerciorado de que la calidad del sonido grabado era la ideal, regresó corriendo desde el bosquecillo de detrás de la casa hasta el dormitorio donde estaba Inés acostada.

Por la tarde se había dedicado a recolectar ramilletes de lavanda que, repartidos por baldas y cajones y escondidos debajo de la almohada, aromatizaban ahora la estancia. Sobre las dos mesitas de noche y la cómoda había colocado varias jarras de cristal con florecillas silvestres margaritas, mimosas, amapolas intercaladas con hojas de helechos de los que crecían a la sombra de la tapia y que a Inés tanto le gustaban.

Todo estaba perfectamente dispuesto, tal como ella le había pedido con una mueca de dolor por la mañana cuando al despertarse sintió el zarpazo de la muerte clavándosele en las entrañas: había perdido la batalla. Con las puertas del balcón abiertas y las cortinas descorridas, Damián se sentó junto a ella sobre la cama, encendió el audio del móvil y le ahuecó un cojín bajo la cabeza para que, un poco incorporada, pudiera respirar el aire límpido de la noche y contemplar, por última vez, el cielo cuajado de estrellas.

Ligeramente temblando, pese al edredón y las dos mantas, sintió Inés tal conexión con el cosmos que abarcó entera la Vía Láctea, aspiró todos los pétalos del mundo, escuchó el alboroto de miles de cortejos nocturnos la vida siguiendo su curso, sin ella y supo que estaba preparada. Apretó entonces entre las suyas las manos del ser al que más había querido, relajó la comisura de los labios hasta casi, casi una sonrisa y exhaló el último aliento justo cuando el sol rayaba la línea de los prados.

Los dos cárabos, mientras tanto, continuaron con sus cantos.