domingo, 16 de julio de 2023

A contracorriente

A CONTRACORRIENTE

Podía pasarse horas Alberto mirando por la ventana el acuario de casa de los vecinos, contemplando el movimiento de los peces. Se había dado cuenta de que, mientras se abstraía en ese mundo líquido, no llegaban a sus oídos los «¿has hecho los deberes?», los «¡recoge tu cuarto!», los «¡estás castigado sin salir!», los «¿cuándo vas a obedecerme?».

De pequeño se escondía, día sí día también, debajo de la cama abrazado a su oso de peluche y con sus manitas se tapaba los oídos y las orejas del animal. Aquellos fueron los primeros intentos de aislarse de esa realidad hostil que le había tocado vivir, llena de obligaciones, de tareas escolares, de todo el rato estar haciendo algo. Pero ahora, que ya es mayor para muñecos, ha descubierto esa pecera gigante donde todo es silencio, armonía, paz. Donde las algas del fondo marino se mecen parsimoniosas al desplazarse cerca un pez amarillo, el cofre del tesoro está a rebosar de joyas y lingotes, donde los peces de colores van y vienen, vienen y van, y engullen despreocupadamente un camarón deshidratado y así se pasan el día, los días, los meses, sin más nada que hacer.

Por eso Alberto ha decidido no volver. Se ha llevado hasta la bici, para darse unas vueltas por el fondo, y puede decirse que es bastante feliz. Los padres, entretanto, observan a su hijo cada vez más ausente. «Está en la pubertad», se dicen entre resignados y abatidos, pues además se le está poniendo la cara llena de acné, aunque si uno se acerca al chaval se ve claramente que son pequeñas escamas y no granos lo que le está saliendo en la frente.