MALOS TIEMPOS
—Qué nubes tan negras… ¿Ni en abril nos va a dar el
tiempo un respiro? —se lamentaba Luigi apoyado en el quicio de la ventana. Le dio otro
ataque de tos «…me acabo este paquete y lo dejo, son ya más de cuarenta años
fumando…» y se acercó a escupir al lavabo, evitando mirar el rostro cetrino que
le devolvía el espejo. Arrojó la colilla al inodoro y tiró de la cisterna.
Lo
primero que hacía Luigi nada más levantarse era liarse un cigarrillo. Se vestía
a toda prisa para no quedarse helado, despertaba con suavidad a Mary y calentaba
en el hornillo el café que había sobrado del día anterior. Mientras se abrasaba
la lengua con el brebaje, la observaba ponerse el disfraz y sacaba de debajo de
la cama la antorcha y los zapatones. Después, le pintaba la cara de verde y
ella le dibujaba algo parecido a una sonrisa con ceras de colores. Ya
preparados, bajaban las escaleras de la pensión en dirección al parque. Hacía
dos años que Luigi compartía acera y cama con Mary, la Estatua de la Libertad.
—Si
se da bien el día, hoy cenamos en la taberna —le prometió él.
Se
despidieron rozándose los labios para no estropearse el maquillaje. «…Y no
fumes tanto, Luigi, que no te hace bien…» le insistió la mujer antes de irse a
buscar la caja de cervezas vacía que escondía en un callejón cercano. Se colocó
junto a un semáforo, se subió encima de la caja y se dispuso a pasar la jornada
allí, inmóvil, observando a los ejecutivos hablando por sus móviles; a los
escolares con sus mochilas a cuestas; a las señoras arrastrando los carros de
la compra… Él caminaba de arriba abajo saludando a los peatones, ofreciendo sus
globos medio desinflados a las mamás con niños, haciendo juegos de malabares…
—Ese
payaso debería mudarse de vez en cuando ¡vaya lamparones! —Dos señoras sujetaban
con ambas manos sus bolsos mientras se alejaban alameda abajo a paso ligero. De
tanto en tanto volvían la cabeza. Luigi se dejó caer en un banco; a veces la
presión del pecho no le dejaba respirar.
—No
les hagas caso, Luigi —le intentó animar el barbudo del violín ofreciéndole
tabaco de liar al tiempo que señalaba con un dedo el cielo gris—. Igual hoy
aguanta, ni los de la tele lo saben. Pero estoy pensando en irme a alguna
ciudad del sur donde no llueva todo el año. Y tú deberías hacer lo mismo, esta
humedad no es buena para la salud.
—Gracias,
amigo. Mientras saquemos para dormir y comer
caliente, estaremos bien. A mi edad ya no espero nada. En cambio, me preocupa
Mary, oh Dios… Si la hubiese conocido hace treinta años… Pero mejor no darle
vueltas.
Un
trueno retumbó a lo lejos. Los días que les pillaba la lluvia, las gotas de
agua resbalaban por sus caras arrastrando sus máscaras, emborronándoles el
rostro, lo que significaba tener que regresar temprano a la pensión con apenas
un puñado de monedas en el bolsillo. Entonces se sentaban sobre el colchón a
compartir un bocadillo de mortadela hasta la hora de meterse bajo las sábanas.
Unas veces muy pegados el uno al otro, como el que presiente que se hunde el
suelo bajo sus pies; otras, cada uno en su lado de la cama, en silencio, con la
mirada fija en la pared desconchada de enfrente, aguardando la llegada del
sueño.
—Date
prisa, Mary, que va a caer una buena. —Un cielo cada vez más encapotado les
urgía, amenazante. Escondieron la caja al fondo del callejón y cogidos de la
mano atravesaron corriendo el parque.
Al
llegar al cuartucho los dos estaban empapados. Se secaron con unas toallas y
comieron unas galletas. Mary colgó las ropas caladas en unas perchas antes de
meterse tiritando en la cama. Luigi se acostó a su lado, abrazándola por la
espalda hasta que se quedó dormida.
Con
mucho cuidado para no despertarla, Luigi se levantó y se dirigió al váter. Tapándose
con un puño la boca, trató de ahogar la tos mientras escupía sangre en el
lavabo. Con la mano con la que se aferraba a la loza se topó con la maquinilla
de afeitar. Deslizó una y otra vez un dedo sobre el filo oxidado y con los ojos
cerrados se dejó caer sobre las baldosas
Afuera,
la lluvia seguía golpeando furiosa el cristal de la ventana.