RUTINA
Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero
con una infinita paciencia, como toda la vida. Olvidadas por las habitaciones
del caserón de Félix y Ángela, docenas de palanganas languidecen llenas de agua,
un agua al principio clara y escasa, que con el paso del tiempo ha comenzado a
derramarse por los bordes creando canales y ríos, estanques y mares, y así
hasta formar un océano cada vez más profundo que inunda todo el piso. Un agua
que años después se ha teñido de negro, de óxido, como si los techos y vigas y
tabiques y suelos de este lugar se hubieran aliado para llamar la atención, «¡¡¡…ehhh, necesitamos revoco, que alguien
sustituya las tejas rotas, hay que tapar estas grietas…!!!», pero ni Félix
ni Ángela advierten la urgencia de esas voces y así continúan, con la monotonía de
un matrimonio anegado de goteras y silencios, de charcos e indiferencias, de
humedades y apatía. Como toda la vida.