lunes, 16 de julio de 2018

Miracolo


MIRACOLO

Ni por asomo se le habría ocurrido a nadie llamar «lamparones, cagarruta y pis» a las manchas del sudario... hasta que vino la signora Albertina desde Palermo a visitar a su sobrino el obispo.
Nada más llegar, se puso a curiosear por el patio, y al ver las sábanas y toallas agitándose al viento en el tendal se quedó maravillada. Eran de un blanco tan inmaculado que cegaban. Ya preguntaría a las monjas qué le echaban al agua para conseguir ese albor. Pero luego, cuando entró en la iglesia, se cabreó muchísimo al descubrir aquella tela toda sucia dentro de una vitrina. Obsesiva con la limpieza, porfiada y medio sorda, no oyó lo de la santidad de la sábana y urdió un plan para esa misma madrugada.
En cuanto se aseguró de que no había luz en ninguna de las habitaciones, bajó a la capilla con un trozo de esparto y una garrafa de sosa cáustica. Pero el aleteo de un ser translúcido, surgido como por ensalmo del retablo, y al que Albertina confundió con un tábano descomunal, hizo que olvidase su misión y saliera persiguiéndolo por el claustro, por los jardines, dando bastonazos al aire, intentando espachurrarlo.