EL
REINO POBRE
Cansada de esperar al marido y
al hijo, la Reina se levantó de la mesa y fue a buscarles por el castillo.
—¡Doriiistires! ¡Pepiiindio! ¡Que
se enfría la sopa!
Recorrió pasadizos y
aposentos, lamentándose de los desconchones y humedades en las paredes; bajó a
las mazmorras tapándose la nariz, y subió las escaleras con cuidado de no tocar
la barandilla agrietada.
—¿Qué estáis haciendo aquí?
—Pepindio se ha fundido la
colección de monedas en juergas. Esta mañana llegó haciendo eses y se cayó al
foso, así que le he ordenado fregar los cañones. Si no quiere casarse, algo
útil tendrá que hacer.
—¡Estoy harto de tanto frotar!
—Hijo, por una vez tu padre tiene razón; deberías encontrar una
princesa adinerada que nos saque de esta ruina.
—Vaaale... Pero la elijo yo
—¡Con lo escogido que eres! Que
si la que se pinchó el dedo con la rueca es un muermo, que si la del guisante
bajo el colchón una tiquismiquis…
—En la taberna he oído hablar
de la Princesa del Pueblo. Es de un reino muy lejano: Hispania o algo así.
—Toma —se entusiasmó el
Rey—: papel, tintero y pluma. Escríbele una carta. Pero sin faltas de
ortografía, ¿eh?